jueves, 5 de enero de 2012

Manifiesto Antipoético

La poesía no cambiará el mundo.
La poesía es el vómito colérico
de una camada de enfermos mentales
que se cubren el rostro con alegóricas máscaras
ocultando su penosa identidad.
La poesía ha sido secuestrada por anárquicos idealistas,
fervientes lacayos de la mala ortografía y de mancilladas poses,
ellos perjuran beber whisky los viernes
y leer diez libros al mes,
hacen estúpidos circos callejeros
y, poseídos por los dioses del Parnaso,
recitan e improvisan funestos versos
desgarrando sus maltrechas gargantas
por la poesía,
que no bajará de una nube a canonizarlos.
No, no bajará.

Los poetas alaban entre sí
sus problemas gramaticales
y su malaventura con la sintaxis,
visten de luto y salen a las calles
con mantas que rezan
“más poesía y menos sangre”
y llegando a sus burguesas casas
inhalan cocaína hasta desorbitar sus ojos.
Los sacerdotes poetas usan el diccionario
como atril para sostener sus vasos con cerveza
y, con las tildes, sacan de sus muelas
algunos trozos hediondos de frituras,
mientras sus endebles discípulos
buscan en sus míseros bolsillos
sus pocas monedas para pagar la cuenta.
Se reúnen para presumir sus faltas de ortografía
y su vehemente devoción por el corrector del Word
en bares de mala muerte
donde reafirman su condición de poetas.

Los poetas son líderes espirituales de sus tribus,
realizan “mantras” de sanación con sus versos
y se mientan la madre muy en serio.
Son creadores del hilo negro
[con el que deberían clausurar sus bocas
y sus mentes que naufragan en un sueño anacoreta de pacotilla]
y con sus performance hacen rituales de exorcismo
y de catarsis psíquica.
Los poetas viajan en los planos astrales
y materializan el éter con éstas palabras y aquellas.
Los poetas, maestros metafísicos del arte,
verdaderos iluminados.
Poetas, pues.

La poesía y sus hermosos siervos.
Me gusta mirar sus shows baratos
y reírme un poco en su circo poético.
Es verdaderamente divertido.
Lo es en verdad.

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