Mi muerte despertó enferma,
y hube de besarle las manos.
Le cubrí con mi piel, por si el frío.
Ésta ciudad ajena nos maltrata,
nos roba la risa
y se la guarda en el bolsillo.
Mi muerte amaneció pálida
y le preparé un té de hierbabuena.
Le acaricio las pestañas
por si el miedo se las quema,
el dolor de sus manos es mi dolor.
Mi muerte abrió los ojos
y no vio nada,
y tuve que ofrendarle mis ojos
para que pudiera ver mi rostro ciego.
Le di un beso en la frente
para que durmiera,
mientras aprendo a mirar
desde su rostro.
México, D.F.
Invierno de 2011
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