Una catarina ha caído en tu hombro derecho
interrumpiendo nuestro lindo día de campo.
Yaces bocabajo, desvestida y en ayunas en el prado de mis ojos,
[el pasto húmedo besa tus senos]
mientras el pequeño insecto desciende entre tus omóplatos
y toma el pasaje de tu columna vertebral.
De repente se me ha extraviado
[la perdí en el huerto de tu cabello],
y como una plegaria llena de fe a Dios
aparece a la mitad de tu torso,
caminando por el llano inquieto de tu cadera.
Ha llegado a la quebrada de tu coxis.
Explora el paisaje. Sigue su camino.
Se detiene un momento en la estación
[el lunar que habita en tu nalga derecha, el tantas veces lamido]
y se adentra en tu caverna oscura.
Me detengo en seco.
El hambre me corroe:
– Quiero desayunar una catarina. –
Noviembre, 2010
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