martes, 8 de mayo de 2012

Carta para iluminar un suicidio


Quizá sea la última carta que escriba y una sonrisa se escapa en mi rostro. He decidido cortar el cordón umbilical que me une al mundo. Nunca pude entender  ni aceptar los parámetros establecidos en el sistema, sin embargo fui parte de él durante veinticuatro años de mi vida. Hoy digo adiós a todo eso. Hoy germinaron las alas que sembré en  mí, hoy seré libre.

Me preocupan mis amigos, pues me olvidarán al pasar de las horas. Ya nadie llorará en sus hombros y buscarán  a alguien que mala copee en sus fiestas. Me preocupan todas las mujeres que me rompieron el corazón, porque ellas no se preocuparán por mí. Desde mi primer amor a los seis años hasta el último de mis amores. Otro hombre llegará y les cantará canciones, llenará sus camas de poemas, besará sus heridas, pero, nunca, nunca las amará como las amé yo. 

Me preocupa nunca volver a penetrar una vagina. Me preocupa mi hermano y su fiereza, porque ésta puede volverse contra él y destruirlo. Me preocupa que ya no tenga con quién beber y me suplante por alguien más y que éste alguien le cuente sus sueños y frustraciones, y que mi hermano le abrace cuando lloré como un niño. Me preocupa mi hija y que nadie le mire dormir con ganas de desvelarse cuidando su sueño. Me preocupa que encuentre un buen padre que le cuide y le demuestre su amor, que ella le diga “papá” y le diga “te amo” como nunca me lo dijo a mí. Me entristece pensar que nunca supo cuánto la amo. 

Me preocupan mi padre y su amargura, mi madre su nostalgia. Me da tanta tristeza no haber sido el hijo que ellos soñaron. Ellos tampoco fueron los padres que yo desee. Me preocupa mi familia porque nunca me ha preocupado.

Me preocupa la poesía que ha caído en manos de poetas que usan máscaras y nombres de mujer. Me preocupa que las faltas de ortografía lleguen al Parnaso. Me preocupa que nunca más nadie me lea, me preocupa que mis poemas nunca sean leídos. Me preocupan los libros que no escribí. Me preocupan mis canciones, mis sonetos. Me preocupa la gente que me odió y que jamás encontrarán a alguien como yo para odiar tanto. 

Y por eso dejo todo para nunca más preocuparme. Y si alguna vez me amaron o me odiaron, les dejo aquí mi testamento, mi encargo maldito: Llenen de flores cada hotel en el que amé, recojan los pedazos de corazón en las habitaciones. Vayan a cada bar donde me embriagué y embriáguense en mi nombre. Recojan las piedras en los ríos y mares que arrojé pensando en ellas. Quemen mis poemas, mis cartas, mis canciones, mis boletos. Vayan a cada ciudad que fui y borren mi nombre de las paredes.

Hagan esto en mi nombre. Yo los amaré y los odiaré con todo el corazón como siempre lo hice. Me mudo a los aposentos de la Muerte. Y no lloren: Sonrían. Se acabó la tristeza. Ahora seré libre ¡libre! Libre como siempre soñé.

08 de mayo de 2012
David Márquez

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