Quizá sea la última carta que
escriba y una sonrisa se escapa en mi rostro. He decidido cortar el cordón
umbilical que me une al mundo. Nunca pude entender ni aceptar los parámetros establecidos en el
sistema, sin embargo fui parte de él durante veinticuatro años de mi vida. Hoy
digo adiós a todo eso. Hoy germinaron las alas que sembré en mí, hoy seré libre.
Me preocupan mis amigos, pues me
olvidarán al pasar de las horas. Ya nadie llorará en sus hombros y
buscarán a alguien que mala copee en sus
fiestas. Me preocupan todas las mujeres que me rompieron el corazón, porque
ellas no se preocuparán por mí. Desde mi primer amor a los seis años hasta el
último de mis amores. Otro hombre llegará y les cantará canciones, llenará sus
camas de poemas, besará sus heridas, pero, nunca, nunca las amará como las amé
yo.
Me preocupa nunca volver a
penetrar una vagina. Me preocupa mi hermano y su fiereza, porque ésta puede
volverse contra él y destruirlo. Me preocupa que ya no tenga con quién beber y
me suplante por alguien más y que éste alguien le cuente sus sueños y
frustraciones, y que mi hermano le abrace cuando lloré como un niño. Me
preocupa mi hija y que nadie le mire dormir con ganas de desvelarse cuidando su
sueño. Me preocupa que encuentre un buen padre que le cuide y le demuestre su
amor, que ella le diga “papá” y le diga “te amo” como nunca me lo dijo a mí. Me
entristece pensar que nunca supo cuánto la amo.
Me preocupan mi padre y su amargura,
mi madre su nostalgia. Me da tanta tristeza no haber sido el hijo que ellos
soñaron. Ellos tampoco fueron los padres que yo desee. Me preocupa mi familia
porque nunca me ha preocupado.
Me preocupa la poesía que ha caído
en manos de poetas que usan máscaras y nombres de mujer. Me preocupa que las
faltas de ortografía lleguen al Parnaso. Me preocupa que nunca más nadie me
lea, me preocupa que mis poemas nunca sean leídos. Me preocupan los libros que
no escribí. Me preocupan mis canciones, mis sonetos. Me preocupa la gente que
me odió y que jamás encontrarán a alguien como yo para odiar tanto.
Y por eso dejo todo para nunca más
preocuparme. Y si alguna vez me amaron o me odiaron, les dejo aquí mi
testamento, mi encargo maldito: Llenen de flores cada hotel en el que amé,
recojan los pedazos de corazón en las habitaciones. Vayan a cada bar donde me
embriagué y embriáguense en mi nombre. Recojan las piedras en los ríos y mares
que arrojé pensando en ellas. Quemen mis poemas, mis cartas, mis canciones, mis
boletos. Vayan a cada ciudad que fui y borren mi nombre de las paredes.
Hagan esto en mi nombre. Yo los
amaré y los odiaré con todo el corazón como siempre lo hice. Me mudo a los
aposentos de la Muerte. Y no lloren: Sonrían. Se acabó la tristeza. Ahora seré
libre ¡libre! Libre como siempre soñé.
08 de mayo de 2012
David Márquez
David Márquez
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