Y vuelves,
tácita y puntual
como una amante que no quiero,
a romperme la piel
y meterte en mis venas.
Llegas sólo a turbarme,
a apagar las dolencias
que me carcomen.
Pero no eres mi alivio.
No.
Regresas, desnuda para mí,
cuando el reloj
[que se desangra conmigo]
marca las tres en punto.
Mis manos tremolan al verte,
tu lengua afilada,
punzocortante,
va a atravesarme.
Y es tan triste que me desgajes
y no puedas curarme la mesticia
que dejó entre la garganta
y el pecho.
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